Rey Fernando VII |
hijo
de Carlos IV, con quien mantuvo muy malas relaciones: ya como
príncipe de Asturias conspiró contra su padre, agrupando a su
alrededor a los descontentos con la política del valido Manuel Godoy
en un partido fernandista con
cierto apoyo cortesano y popular. Descubierta la conspiración, el
príncipe fue condenado por el proceso de El Escorial (1807), aunque
enseguida pidió y obtuvo el perdón de su padre. |
Fernando, que había mantenido
contactos con Napoleón a lo largo de sus conspiraciones, se encontró en aquel
mismo año con que el emperador invadía España y le hacía apresar y conducir a
Bayona (Francia); allí le obligó a devolver la Corona a Carlos IV, sólo para
forzar que éste abdicara el trono español en el propio hermano del emperador,
José I Bonaparte.
Mientras Fernando permanecía recluido en Valençay (Francia), fue el pueblo
español el que asumió por su cuenta la resistencia contra la ocupación francesa
y el proceso revolucionario que había de conducir a las Cortes de Cádiz a
elaborar la primera Constitución española en 1812; durante la consiguiente
Guerra de la Independencia (1808-14), el rey cautivo se convirtió en un símbolo
de las aspiraciones nacionales españolas, motivo al que se debe que recibiera el
sobrenombre de el Deseado.
Derrotados militarmente los franceses, Fernando VII recuperó el trono por el
Tratado de Valençay (1813); tan pronto como llegó a España se apresuró a seguir
la invitación de un grupo de reaccionarios (Manifiesto de los Persas) y
restablecer la monarquía absoluta del siglo anterior, eliminando la Constitución
y la obra reformadora realizada en su ausencia por las Cortes (1814).
El resto del reinado de Fernando VII estuvo marcado por su resistencia a
reformar las caducas estructuras del Antiguo Régimen, acompañada de una
represión sangrienta contra los movimientos de inspiración liberal. Durante los
«seis mal llamados años» (1814-20) se limitó a restaurar la monarquía absoluta
como si nada hubiera ocurrido desde 1808, agravando los problemas financieros
derivados de la pervivencia de los privilegios fiscales y la insuficiencia del
sistema tributario tradicional; un endeudamiento creciente ahogaba a la Hacienda
Real, al tiempo que España perdía todo protagonismo internacional (la
participación en el Congreso de Viena de 1815 se saldó sin beneficio alguno para
el país).
Incapaz de reaccionar ante el proceso de emancipación de las colonias
americanas, Fernando VII permitió prácticamente que consolidaran su
independencia de España; cuando, en 1820, reunió en Andalucía un ejército
expedicionario destinado a recuperar el control sobre América, éste se pronunció
bajo el mando del general Rafael del Riego y puso en marcha un proceso
revolucionario que obligó al rey a aceptar la restauración de la Constitución de
1812.
Durante el siguiente Trienio Liberal (1820-23), Fernando intentó salvar el trono
fingiendo admitir su nuevo papel de monarca constitucional, pero utilizó todos
los recursos que pudo para hacer fracasar el régimen y obstaculizar las reformas
de las Cortes y los gobiernos liberales: conspiró para organizar un golpe de
Estado de la Guardia Real en Madrid, que fracasó en 1822; posteriormente llamó
en su ayuda a las potencias absolutistas de la Santa Alianza, hasta propiciar
una nueva invasión francesa de la Península, la campaña de los «Cien mil hijos
de San Luis» que, bajo el mando del duque de Angulema, derribó el régimen
constitucional y repuso a Fernando VII como rey absoluto (1823).
Se inició entonces la «Ominosa Década» (1823-33), durante la cual Fernando VII
exacerbó su odio vengativo contra todo atisbo de liberalismo, mientras dejaba
que se consumara la pérdida del imperio español en América: anuló una vez más
toda la obra legislativa de las Cortes constitucionales, abocó a la Hacienda a
la quiebra y ahogó en sangre nuevos pronunciamientos liberales.
En los últimos años de su reinado, sin embargo, las preocupaciones políticas del
monarca vinieron de otro lado: en 1830 Fernando VII promulgó por fin la
Pragmática Sanción aprobada por las Cortes de 1789, en la que se abolía la Ley
Sálica, volviendo al derecho sucesorio tradicional castellano que permitía que
heredaran el trono las mujeres; decisión oportuna, ya que en aquel mismo año
nació por fin un heredero de su cuarto matrimonio con su sobrina María Cristina
de Borbón, pero resultó ser hembra (la futura Isabel II de España).
Esta situación desató la ira del príncipe Carlos María Isidro de Borbón, hermano
del rey, que se vio apartado de la sucesión en beneficio de su sobrina, y pasó a
encabezar desde entonces el descontento de los ultrarrealistas, reacios a
cualquier apertura o compromiso con el signo de los tiempos, que era
inequívocamente liberal en toda Europa. Los realistas puros habían protagonizado
ya una sublevación en Cataluña en 1827 (la Rebelión de los Agraviados) y en los
últimos años del reinado se preparaban para afrontar una contienda civil; su
intransigencia hizo mella en el rey, quien en un momento de enfermedad derogó la
Pragmática, para volverla a promulgar una vez sano (1832). Con todo ello alentó
la escisión dinástica que condujo al país a la Primera Guerra Carlista
(1833-39), una vez muerto Fernando VII y gobernando María Cristina de Borbón
como regente en nombre de su hija, Isabel II.