25 DE MAYO DE 1809, PRIMER GRITO LIBERTARIO EN CHUQUISACA |
Antonio Dubravcic Luksic
A comienzos del siglo XIX, la ciudad de Chuquisaca seguía siendo uno de los
centros privilegiados después de Lima y Buenos Aires, equidistante entre ambas
capitales y vecina de uno de los mayores reservorios de Plata que el mundo ha
conocido: Potosí. Sede de la Real Audiencia de Charcas y de la Universidad de
San Francisco Xavier.
La primera tenía bajo su jurisdicción inconmensurables territorios que se
extendían desde la costa del Pacífico y comprendían gran parte de la cuenca del
río de La Plata y de Moxos, abarcando el norte argentino y prácticamente todo el
desértico chaco boreal. La Universidad, por otra parte (fundada en 1624 por el
jesuita Juan Frías de Herrán), se hizo célebre en los dominios de la Real
Audiencia de Charcas por su famosa Academia Carolina, en la que los abogados
iniciaban el ejercicio pleno del derecho y administraban las Leyes de Indias
dictadas por el soberano en la capital del Imperio español.
De ahí que no fue casual que en Chuquisaca y en los claustros de San Francisco
Xavier fermentara durante décadas (desde fines del siglo XVIII, cuando se
produjeron los levantamientos indígenas liderados por Tomás Katari, Tupac Amaru
y Julián Apaza) la idea revolucionaria de la independencia de la corona
española. El proceso fue madurando, cocinándose a fuego lento bajo el influjo de
los movimientos enciclopedistas que alborotaban y encendían pasiones
clandestinas por la libertad y la emancipación del yugo monárquico.
Una convergencia de ideólogos de los Virreinatos de Lima y del Río de La Plata
se produjo en Chuquisaca y llevó adelante el proceso revolucionario que
culminaría el jueves 25 de mayo de 1809 a las seis de la tarde. Para entonces,
la Universidad era un hervidero de noticias, rumores y especulaciones sobre la
situación de la gran Metrópoli que un año antes, el 2 de mayo de 1808, se había
rebelado en las calles contra la invasión de José Bonaparte, impuesto por su
hermano, el emperador Napoleón Bonaparte, iniciando la guerra de la
independencia de Francia. Francisco Goya y Lucientes ha dejado plasmado ese día
de furia en su alucinante cuadro: “Los fusilamientos del 2 de mayo”.
La intelectualidad universitaria, auténtica élite de la ciudad y del Alto Perú,
estaba buscando una oportunidad, una coartada para lanzar lo que después se
convertiría legítimamente en el primer grito libertario.
Los historiadores que han buceado los remotos antecedentes de la gesta
independentista sacan de la baza muchas otras explicaciones, motivaciones,
cuándo no justificaciones para la ruptura que cambió el destino de un continente
y de un reino en decadencia: la difusión subrepticia de las doctrinas liberales
de fines del s. XVIII, el decurso de las invasiones napoleónicas que derivaron
en la abdicación de Carlos IV, la creación de la Junta de Sevilla, el hastío de
más de dos siglos de colonialismo y centralismo de la corona que pesaba como un
dogal sobre los criollos e indígenas. También influyeron, desde luego, las
piadosas críticas de religiosos (como Fray Bartolomé de las Casas), que habían
plantado junto a los conquistadores la fe en Cristo, sobre el régimen de
servidumbre que padecían los americanos y el despotismo que emanaba de sus
actuaciones, dirigidas casi exclusivamente a engrosar las arcas de la corona.
No estaban lejanas, asimismo, en la conciencia de los súbditos, las gloriosas
epopeyas escritas en la Revolución Francesa y en la Independencia de los Estados
Unidos de Norte América. De la primera, el ideario de libertad, igualdad y
fraternidad, sonaba como música en los espíritus libertarios que convertían
aquellas gestas en modelos a seguir para acabar de una vez y para siempre con el
dominio español.
Tal fue el fermento, el verdadero caldo de cultivo del levantamiento del 25 de
mayo de 1809. Sus efectos iniciales, constreñidos en principio a la sublevada
Chuquisaca y a sus oidores, pronto se dejarían sentir, como efecto dominó en
otras ciudades del Virreinato, y, por supuesto, de la inconmensurable Audiencia
de Charcas.
Razones de índole económica vinculadas al comercio entre las colonias y la
Península se entremezclan en toda esta vorágine que precedió a esa improbable
tarde de otoño en la que la pasividad de la ciudad y de sus gentes de rancio
abolengo cedió la iniciativa a la euforia popular, desencadenada por un arresto
ordenado por el presidente de la Audiencia, don Ramón García de León y Pizarro.
El monopolio en el intercambio de mercancías entre España y las colonias
desalentaba la expansión y venta de los productos, mayormente minerales, con los
que alimentaba América a la economía del Imperio. La producción de minerales,
basada en un sistema de esclavitud de los indígenas, enriqueció a la corona,
pero, del mismo modo, convirtió a Inglaterra en la primera potencia industrial y
a su armada en la más temida.
La incierta situación de la Metrópoli, signada por la creación de la llamada
Junta de Sevilla por José Bonaparte, dio lugar a lo que Gabriel René Moreno
(Santa Cruz 1802-1866) calificó como silogismo altoperuano. El razonamiento
parte del hecho de que ante la ausencia del rey —depuesto por Bonaparte— la
Junta de Castilla dejaba en manos de los americanos la posibilidad de elegir su
futuro, en tanto y cuanto las colonias eran literalmente propiedad sucesoria del
monarca. La tesis fue asimilada en otras latitudes del Virreinato y avivó, en
Buenos Aires como en Charcas, la idea de la emancipación. Las condiciones
estaban dadas.
La argumentación de los “doctores de Charcas”, contenida en el acta del Claustro
de la Universidad de San Francisco Xavier y cuya autoría correspondería, por
propia confesión, a Jaime Zudáñez (en respuesta a los papeles recibidos de José
Manuel de Goyeneche y de la Infanta Carlota Joaquina), sostiene: “El pacto de
los pueblos americanos es exclusivamente personal con el Monarca y no a sus
reinos metropolitanos. Si el legítimo Rey ha abdicado, aquel pacto ha dejado de
existir y, por tanto, el intruso (José Bonaparte) no merece obediencia; sus
autoridades deben cesar en sus funciones, y las provincias deben proveer su
gobierno”.
La crisis del imperio español, desgastado por permanentes guerras contra los
ingleses, debilitó profundamente la tuición que ejercía (casi a control remoto)
desde Madrid sobre los vastos territorios conquistados. El mundo estaba
cambiando: la revolución industrial en Inglaterra y la resignación de la
península a favor de Napoleón, tras la abdicación de Carlos IV y de su hijo
Fernando VII, crearon un panorama de confusión en las colonias. España estaba,
en aquellos inciertos y claudicantes años, más ocupada en restablecer el orden
monárquico arrebatado por los franceses, que en atender y entender los
inequívocos síntomas de rebeldía en América, expresados en los levantamientos
indígenas, sofocados cruelmente en Chayanta, el Cuzco y La Paz por Tomás Katari,
Tupac Amaru y Tupac Katari en 1780 y 1781.
En esa época la ciudad de Chuquisaca, tenía una población de alrededor de entre 14 000 y 18 000 habitantes, de los cuales alrededor de 800 eran estudiantes y 90 miembros graduados del Claustro
LOS PROTAGONISTAS CENTRALES
Tupac Katari, un hombre con indómito carácter
Julián Apaza Nina, más conocido como Túpac Katari, Túpaj Katari, o simplemente
Katari (Ayo Ayo, provincia de Sica Sica, Virreinato del Perú, 1750 – La Paz, 15
de noviembre de 1781) fue un caudillo aimara, tomó el nombre de Túpac
Katari, con el que encabezó el más importante levantamiento indígena de la
región aymara, a principios de 1781. Su movimiento buscaba la liberación de los
indígenas frente al yugo impuesto por las fuerzas coloniales españolas. Durante
la insurrección, Túpac Katari lideró un ejército de más de 40.000 indígenas, que
mantuvo sitiada la ciudad de La Paz durante tres meses.
A los 30 años, Julián Apaza, Tupac Katari, era un hombre curtido por una vida de vicisitudes. Vivió en circunstancias difíciles: las de un pobre comunario asentado en un ayllu rural del altiplano. Una presumible poliomielitis lo había dejado con las piernas retorcidas. Esta aparente debilidad no le impedía desarrollar una energía sólo comparable con su indómito carácter. |
Trashumante en actividades comerciales, recorrió palmo a palmo las provincias
del altiplano. Tompson añade que “estaba acostumbrado a tratos bruscos con los
otros indios, cholos y mestizos que llevaban sus caravanas de llamas o recuas de
mulas por las mismas rutas, y a través de sus encuentros escuchó historias
acerca de los lugares más distantes del reino”. En sus viajes conoció sobre la
vida de la gente que residía en el altiplano y en los valles interandinos.
Adquirió con el tiempo y sus relaciones comerciales un amplio conocimiento de
los modos de dominación colonial cotidianos y sutiles, así como de los
sufrimientos comunes de los indios, sus miedos y resentimientos, y su aspiración
a liberarse del pesado yugo.
Jaime Zudáñez, el principal exportador
Nació en Sucre el 25 de julio
de 1772. Falleció en Montevideo en 1832. sus padres el general
Manuel Ignacio de Zudañez y su madre doña Manuela Ramírez de la
Torre. Así llego aquel 25 de mayo de 1809, dia en que el presidente Ramón García de León y Pizarro, ordeno apresar a los hermanos Zudañez a raíz de la agitación pública causada por el paso por la ciudad del general José Manuel de Goyeneche. Consiguieron hacerlo con el defensor abogado de los pobres Jaime Zudañez, quien alboroto a la gente con sus gritos, promoviendo el tumulto del pueblo, ya que estaban sobre aviso por los amigos del preso. Puede afirmarse que la detención de Jaime Zudáñez fue la chispa de la chispa. Su perfil es la del revolucionario, legislador y magistrado. Se le atribuye a Zudáñez la redacción del llamado “Catecismo Político Cristiano”, un panfleto que señala el rumbo de la emancipación chilena. |
José Bernardo, Monteagudo Cáceres
Nació
en Tucumán, Argentina. (20
de agosto de 1789 – abogado, político, periodista, militar y
revolucionario.
Falleció en Lima Perú 28 de enero de 1825) |
Manuel Zudáñez de La Torre
Otro de los ilustres charquinos que, junto a su hermano Jaime, estuvo en la
línea de fuego en el movimiento emancipador, destacándose antes en la
publicación de pasquines con ideas libertarias. Miembro activo de las llamadas
juntas clandestinas y también uno de los principales opositores al “carlotismo”
que se endilgaba a Goyoneche. Fue protagonista del levantamiento del 25 de mayo
de 1809. Murió en la cárcel.
José Joaquín de Lemoine
Nació en La Plata en 1776 y murió en la misma ciudad en 1856. Tuvo un papel
destacado en la revolución del 25 de mayo. Su actuación le ocasionó el destierro
a Puno durante la presidencia del Gral. Nieto. Un espíritu inquieto como él, se
unió a los ejércitos argentinos y combatió en las batallas de Tucumán, Salta,
Sipe Sipe y la guerrilla de Güemes. Retornó a la nueva república. |
Mariano Michel Mercado
Fue uno de los emisarios del levantamiento del 25 de mayo de 1809. La Audiencia
gobernadora lo envió primero a Cochabamba y luego a La Paz, donde llegó el 11 de
julio para informar sobre los antecedentes y el carácter de los hechos acaecidos
en Chuquisaca. El diccionario histórico de Barnadas sostiene que, así como por
investigaciones, se valora el rol que jugó Mariano Mercado. |
REY Fernando VII
Rey de España
(El Escorial, 1784 - Madrid, 1833). Era hijo de Carlos IV, con quien
mantuvo muy malas relaciones: ya como príncipe de Asturias conspiró
contra su padre, agrupando a su alrededor a los descontentos con la
política del valido Manuel Godoy en un partido fernandista con
cierto apoyo cortesano y popular. Descubierta la conspiración, el
príncipe fue condenado por el proceso de El Escorial (1807), aunque
enseguida pidió y obtuvo el perdón de su padre. |
José Manuel Goyeneche
Este militar nacido en Arequipa se hizo famoso porque fue portador de las pretensiones de la Infanta Carlota para detentar el control de las colonias. La Junta de Sevilla lo envió a América para que informe sobre la situación de las autoridades del Virreinato del Río de La Plata. Cuando llegó a La Plata, la Audiencia, la Universidad de San Francisco Xavier y el Cabildo rechazaron las intenciones de la princesa Carlota Joaquina. Goyoneche reprimió a los insurgentes y combatió sin tregua |
Teresa Bustos Lemoine
A semejanza de Juana Azurduy (que combatió junto a su esposo durante la Guerra
de la Independencia), Teresa Bustos es una de las mujeres de la revolución del
25 de mayo y una de las adherentes más entusiastas a la causa junto a José
Joaquín de Lemoine. En la jornada del levantamiento estuvo entre las personas
que tocó a rebato las campanas en el templo de San Francisco. |
Francisco Ríos (El Quitacapas)
El Quitacapas,
nacido en Rio de Janeiro, mulato, mujeriego, guitarrista, tahúr y
ladrón. |
Juan Antonio Álvarez de Arenales
Nació en España el 13 de junio de l870. Murió en
Potosí, en la localidad de Moraya en 1835. |
Los aborígenes, unas veces aliándose con los criollos para hostigar a los
colonizadores y otras tomando partido en las guerras intestinas de españoles,
sacudieron a los atormentados territorios del Nuevo Mundo.
BIBLIOGRAFIA
“El grito que cambió la historia. El ABC del 25 de mayo de 1809”, Biblioteca del
Bicentenario. Primer grito Libertario. CAF
www.bolivia.org.bo Carlos Mesa, “Historia de Bolivia”, textos elaborados por
encargo del Instituto Nacional de Estadística.
1997. Mesa, Carlos. “Historia de Bolivia”, Ed. Gisbert.
1996. Baptista Gumucio, Mariano. “Historia contemporánea de Bolivia”, Ed. Fondo
de Cultura Económica, México.