La Masacre de Ayo Ayo |
(24 de Enero de 1899)
Don José
Ipiña, sobrino del soldado Martín Ipiña caído en Ayo Ayo, escribe
en su texto titulado “Crónica de una masacre”, de acuerdo a los
informes recibidos de los soldados del escuadrón “Junín”, que estaban de
paso en su retirada de Viacha a Oruro, quienes vieron los cadáveres de sus
camaradas en posiciones macabras. Además de escuchar a los vecinos de ese
lugar, que, todavía en sus rostros estaba pintado el terror, contaron todo
lo acontecido. En base a estos informes, José Ipiña escribe su texto
para conocimiento de todos los bolivianos. Particularmente de los
chuquisaqueños.
Mientras tanto en Ayo Ayo, en una aparente tranquilidad, se notaba que algo
terrible fuera a ocurrir, se dice que un manto plomizo cubría el cielo, se
escuchaba el ulular de los chiflones del viento, haciendo mover los
pajonales del altiplano.
El Templo de Ayo Ayo, servía de asilo y hospital a los heridos, donde los
curas franciscanos, trataban de mitigar el dolor de los heridos, lavándoles
con trapos empapados de agua, afuera, los vecinos se preparan asegurando sus
puertas, para no ser agredidos.
Don Camilo Blacut, chuquisaqueño, pero vecino de esa localidad,
decide protegerse en el Templo, junto a sus dos pequeños hijos, mientras en
las cercanías del lugar, expectantes, agazapadas, las hordas de Zárate
Willca, esperan la orden de ataque.
De pronto, rompiendo el silencio pesado, se escucha gritos salvajes,
confundidos con el sonido de miles de pututus, los brutos saltan de sus
posiciones, rostros cobrizos atizados por el sol, cubiertos con “wayrurus” y
sombreros rústicos, invaden las calles de Ayo Ayo, atacan las casas,
arrojando antorchas a los tejados de paja, los vecinos, aterrados les abren
las puertas para ofrecerles alcohol, con la creencia de no ser dañados.
La indiada, ingresa a las casas atropellando, se apodera de las botellas,
para luego beber como si fuera agua, se embriagan más de lo que estaban, en
ese estado, se acercan al Templo Sagrado, gritos y saltos demoniacos se nota
en estas hordas, al estilo de los “Hunos” de Atila, comienzan a destrozar la
puerta, adentro, el padre Jesuita Juan F. de Córdova, capellán de la
tropa, reza el “Padre Nuestro”, los soldados ven azorados a la indiada
beligerante. Una vez abiertas las puertas del Templo, se abalanzan sobre don
Camilo y sus dos hijos, son arrastrados al centro de la plaza, allí, sobre
una roca, lo tienden como para hacer un sacrificio humano, le arrancan la
lengua, le vacían los ojos, le cae golpes de “makanas”, don Camilo,
muere horrendamente en medio de un charco de sangre, y ante los gritos
desesperados de sus pequeños.
No satisfechos con este horrendo acto, se dirigen al Templo en busca de más
víctimas, el padre Fernández de Córdova, sale al atrio portando en
las manos un crucifico, lleno de terror y mostrándoles la cruz, exclama:
“Háganlo por él, no nos maten, todos somos hermanos”. ¡Dios los castigará!
Todo fue en vano.
El padre Fernández de Córdova, es levantado, luego conducido al
centro de la plaza, con golpes de hacha le cercenan los pies, con un tajo de
cuchillo le abren su pecho, para arrancarle el corazón, que palpitante aun,
desaparece entre los dientes de un caníbal del altiplano.
Los curas franciscanos, son apresados mientras rezaban en el altar,
los malditos se abalanzan sobre ellos, y de inmediato les cae golpes de
hachas.
Finalmente son degollados, sus cabezas, son arrojadas de un lado a otro,
haciendo un juego macabro, con gritos salvajes de los beodos.
El Coronel José de Ávila, se esconde en el sepulcro
destinado a la imagen de Cristo, los malditos no respetan el lugar, le
sacan, de inmediato recibe puñaladas, dándose fin a su vida, en medio de la
algarabía, de estos “Atilas” del altiplano.
Melitón Sanjinez, herido en una pierna, recibe en pleno rostro el
impacto de la punta de una picota, crujen sus huesos de su cara, muere
instantáneamente, el pico, quedó clavado en su rostro.
Félix Morales está siendo mutilado, desaparecen sus pies y manos,
luego lo rematan degollándolo.
Víctor Betancour, Ismael Roncal, Eladio Fiengo y Eulogio Selvas, son
colgados desnudos boca abajo en las vigas, con cortes de cuchillo son
vaciados sus intestinos, quedan como animales faenados.
A Ricardo Alba, Belisario Lora, Miguel González, Jorge Campero, y Mariano
Matienzo, ya muertos, con los brazos colgantes, están siendo
arrastrados, atados sus pies con cables de telégrafo a los caballos, para
luego ser arrojados a las hogueras.
A Calixto Risco, lo están degollando, luego su cabeza es mostrada,
por un janigua embrutecido.
Abel Benavides, trata de huir, un certero hachazo en la nuca lo deja
en seco. A Pastor Castro, Zacarías Urizar, Claudio Sucre y Adrián
Pacheco, “les están arrancado sus lenguas”, los borbotones de
sangre no los deja respirar, con picos y hachas dan fin a sus vidas, para
luego ser clavados en los muros.
Dos muchachos esperan su turno con terror, bien abrazados en un rincón, a
Andrés Loza, en poco tiempo lo rematan a machetazos. Su hermanito
Belisario, de 12 años, que se quedó a cuidarlo… ¿y de ese niño?… en
breves minutos, ¡sólo quedan sus huesos!... ¿Y la carne?... ¡¡Horror!!.
La iglesia con las puertas abiertas de par en par, se inunda con la sangre
de estos infortunados. El altar se convirtió en piedra de suplicio, ya
muertos los victimados, siguen recibiendo golpes, que se sienten sordamente
en el ambiente
Todo ha terminado; ahora, solo se siente el hedor de los alientos, el
hacinamiento de la indiada, los caníbales del altiplano, brindan con alcohol
su macabra tarea, se escucha sonidos guturales, de sus belfos babosos.
Los lobos humanos abandonan el templo, el silencio invade el lugar, sólo se
escucha el gemido del viento, como si fuera un llanto aterrador, las vigas
de madera, crujen con el peso de los cuerpos colgados, que se balancean en
un vaivén, lento y macabro.
Brazos, piernas, cabezas, cuerpos descuartizados, revolcados en charcos de
sangre, esparcidos por todo el atrio, que hace días, servía para elevar una
oración, ahora, se convirtió en un matadero baldío, lúgubre, tétrico y
espeluznante, un escenario dantesco, sembrado de cadáveres mutilados, junto
a imágenes religiosas, manchadas de sangre, mudos testigos del dolor y el
horror, de esta orgía de muerte:
Así, se inmoló las vidas de estos chuquisaqueños, en su mayoría
“Universitarios de Charcas” que conformaron el Escuadrón Sucre, cuando a
fines de diciembre de 1898, en emocionante despedida, partieron desde la
Plaza 25 Mayo, rumbo al frente de batalla, para defender a Sucre "Capital
Plena de Bolivia"
108 años después, las voces de estos “Universitarios de Charcas”,
se levantan y resuena en las calles de Sucre
¡¡Chucutas!! ¡¡No estamos muertos!! ¡¡Venimos de Ayo Ayo!!
“Universitarios de Charcas” 2007