"Si aun queda llanto en tus ojos..." |
Gastón Cornejo Bascopé*
El entrañable amigo y hermano en las letras, el Dr. Oscar Arze Quintanilla me
hace entrega de un valioso trabajo con el título llamativo de una música de
evocaciones entrañables cuando en la infancia nuestros mayores nos relataban los
crueles eventos sufridos durante la guerra del Chaco. La autoría corresponde a
un joven escritor, Miguel Castro Arze, cuya obra titula Si aún queda llanto en
tus ojos (Editorial Anthropos, 2008), sobrino de otro escritor boliviano muy
conocido, el Dr. Oscar Arze Quintanilla, eminente indigenista que trabajó por
largos años como director del Instituto Interamericano Indigenista, en la ciudad
de México.
Aquella cueca ancestral y lastimera que con los ojos bañados en lágrimas
cantaban los sobrevivientes de la contienda, ya mayores y siempre marcados por
los tres años de la aventura guerrera en las trincheras.
La guerra del Chaco Boreal duró tres largos años, en un escenario de clima
tórrido, infernal, y de una aridez indescriptible donde abundan los pajonales,
donde el monte bajo espinoso no protege del calor inclemente. Alternados
períodos cálidos, lluviosos y olas de frío sureño; fauna peculiar y habitada
originariamente por guaraníes, matacos y otras etnias primitivas.
La guerra del Chaco fue un hito histórico generador de patria. Parto de inmenso
dolor, sangriento, estúpido y animal, calificado así por la crueldad con que
ambos países hermanos, sin conocerse, se armaron y decidieron una violencia sin
precedentes en la historia americana; cien mil muertos, miles de heridos,
generación de seres en impronta de sufrimiento.
Inducidos a una lucha sin cuartel en beneficio de organismos transnacionales
extranjeros, la Standar Oil en Bolivia y la Shell en Paraguay, americanas, desde
lejanos escritorios urdieron la matanza de terceros por la propiedad de ricos
yacimientos petroleros.
Allá estuvimos y conocimos la frontera boliviana, Yacuiba, Villamontes, Charaña,
Pilcomayo, Tarairí, próximos al escenario guerrero, al célebre fortín
"Boquerón", Nanagua, Alihuatá, Campo Vía, y otros sitios donde se gestó el
episodio más notable de la guerra del sudeste, de heroísmo épico, el martirio,
el mayor en la historia de Bolivia.
Sobre Boquerón, el autor adorna en proemio fragmentos de Augusto Roa Bastos de
su obra "Hijo de Hombre""la magia existente en ese puñado de invisibles
defensores que resisten con endemoniada obcecación en el reducto boscoso.
Fantasmas, saturados de una fuerza agónica, mórbidamente siniestra, que ha
sobrepasado todos los límites de la consunción, del aniquilamiento, de la
desesperación".
Batalla mortal entre las dos naciones más pobres de América, mas bien, el asedio
de tropas del ejército paraguayo a 619 combatientes bolivianos al mando de
Manuel Marzana Oroza, cercados del 7 al 29 de septiembre de 1932, 619 bolivianos
resistieron hasta llegar a la extenuación más cruel y heroica contra 10 a 12 mil
efectivos paraguayos.
El relato del libro comienza.. "Uno de los soldados sobrevivientes de los 466
que desfilaron hacia Isla Poi había sido Rómulo López Flores" Félix
Estigarribia y Manuel Marzana los comandaron heroicamente. El "charata" Víctor
Ustárez y el "camba" Germán Busch desplegaron enorme valentía; en cambio,
Stroessner, futuro dictador paraguayo, dejó mucho que desear, y Cárdenas,
(boliviano), que huyó despavorido, mostraron miedo y cobardía.
Tomás Manchego (boliviano) y Fernando Velásquez (paraguayo), que fueron
hermanados por notables circunstancias anteriores, ambos heridos de muerte,
pidieron ser enterrados juntos.
Obedientes cumplidores, ciegos de la orden telegráfica del "Capitán General
que ordena, patria pide no abandonar Boquerón de ninguna manera, prefiriendo
morir en su defensa antes que dar parte de retirada".
Se trata de una novela breve, preciosa, conmovedora, en la que el trama es
testimonial y vibrante; el relato es expresado en un lenguaje sencillo, casi
coloquial, adornado de sutilezas literarias de cálida percepción.
El protagonista va descubriendo su emocionada historia relacionada con el héroe
de Boquerón, a partir del hallazgo de un Diario de Campaña en los secretos
escondijos del hogar materno cuando asiste al velorio de la madre recién
fallecida, ella ya ausente muchos años en la interioridad afectiva de su
intimidad.
Descubre la razón y el origen del encierro existencial de su madre, el entorno
acusador del medio provinciano. La lectura del Diario personal del excombatiente
le sabe a "milagro de la palabra escrita".
En el Diario describe la toma de los fortines Corrales, Toledo y Boquerón. Desde
el 31 de julio de 1932, a los seis meses de su alistamiento en Cochabamba y tres
de actividad en Villamontes, las caminatas agotadoras, la sed infinita, el
contacto próximo con la realidad inmediata de la muerte. El inicio del asedio
paraguayo el 9 de septiembre con enorme número de víctimas enemigas.
La reflexión acuciante sobre el deber de luchar por la patria y para muchos,
sobre todo se refiere a los soldados indígenas, "la patria quizá sólo sea el
lugar el sufrimiento en una hacienda donde de generación en generación
transcurrieron sus días de peones sin tierra".
Son conmovedores los instantes de lucha fratricida, los gritos de asalto
paraguayo, el hedor de los cadáveres abandonados al exterior y los gemidos de
los heridos al interior del fortín, la confraternidad entre oficiales y
soldados.
La rabia contenida ante el mensaje del 26 de noviembre desde Muñoz: "Os llamo
al cumplimiento estricto del deber. 3 a 4 días más otra División de refuerzo al
brioso empuje de sus bayonetas, logrará vuestra liberación" -siempre el
discurso político militar falso y mandón- "No obstante, es preciso
restrinjáis vuestra alimentación a lo más estrictamente necesario. El alimento
moral bien puede compensar las privaciones físicas".
El Diario concluye su escrito el 28 de septiembre, un día antes de la toma del
fortín en un amanecer sangriento. Después, el cautiverio, la indignidad de
sufrir como prisionero de guerra. Luego, los años de intercambio de prisioneros,
soldados taciturnos famélicos regresan a Bolivia en cargados camiones militares.
El autor hace reminiscencia de la suerte del Gral. Estigarribia encarcelado y
desterrado, finalmente muerto en un accidente de aviación.
Es descollante la indagación personal del autor sobre el guerrero del diario, el
testimonio de su intimidad amorosa con la Flora, la hija menor de la familia
Rolón en duelo por la perdida de un familiar en el regimiento Ytororó, la
medalla de la virgen de Caácupé, el odio y la venganza del entorno humano, la
opción cierta de una sentencia de fusilamiento por espionaje y la fuga, el
decantado Boquerón cercador de vida con los terribles recuerdos.
El retorno a la patria, el adiós a la mujer amada y al ignorado hijo sembrado en
sus entrañas. El hallazgo de "la patria verdadera de los hombres que
encuentran su arraigo en la claridad del alma de la gente apegada a la tierra".
Epílogo:
El hermoso libro me indujo a releer el capítulo correspondiente a la Guerra del
Chaco en el libro que pergeño en homenaje a Roberto Hinojosa y a Alberto Cornejo
Soliz, la juventud preclara del siglo pasado, precursora del proceso de cambio,
en actual proceso.
Según el historiador Roberto Querejazu Calvo: ¡No hubo rendición boliviana en
Boquerón!
En "Masamaclay" relata con numerosos testimonios que no existió tal rendición.
Entrevistas a los mismos actores, incluido el Coronel Manuel Marzana y
testimonios paraguayos y bolivianos, la verdad es la siguiente:
"La caída era inminente por el extremo agotamiento físico de los defensores y
de municiones para las armas". El sacrificio de Ustárez, Manchego, Cuellar,
Rivero, Guzmán, Reynolds, Callisaya, Rodríguez y tantos otros, no podía epilogar
en una rendición. Cabía una capitulación honrosa o perder el fortín a punta de
bayonetas. Se decidió enviar dos oficiales como parlamentarios para solicitar
una entrevista del Cnel. Marzana con el comandante enemigo. La negociación tenía
dos opciones: permitir el retiro de Marzana con sus hombres hacia el fortín
Yucra, incluyendo heridos o en caso negativo retornar a adoptar las medidas
guerreras.
A las 3 am de ese decisivo 29 de septiembre, el Cnl. Marzana dictó la siguiente
orden:
"El Oficial Carlos Ávila 1.- enterrará la bandera nacional en un lugar
secreto para que no caiga en manos enemigas.
2.-Agotadas todas las municiones, el material de combate deberá ser destruido.
3.-Los soldados y oficiales se mantendrán en sus puestos de combate hasta el
último sacrificio.
4.-En el asalto final del enemigo, deberá defenderse a todo trance a los heridos
y enfermos. ¡Oficiales y soldados del Destacamento: ¡Subordinación y
constancia!"
La bandera fue salvada por el subteniente Clemente Inofuentes, quien no permitió
el entierro sino que se apoderó de ella, la enrolló en su cuerpo y marchó
prisionero al Paraguay. Durante su cautiverio la guardó celosamente y cuidó como
un tesoro invalorable hasta el retorno a la patria.
Al amanecer del 29, en las trincheras bolivianas se mostraron trapos blancuzcos
para pedir una tregua, para que los dos parlamentarios (capitán Antonio Salinas
y suboficial Carlos de Ávila) pudiesen salir para presentar a Estigarribia la
entrevista convenida. Los paraguayos tomaron los trapos como una rendición y
asaltaron por varios costados y rodearon sin posibilidad de reacción alguna.
Quedaron: el comandante Marzana, dos jefes, dos médicos, varios oficiales y los
446 soldados que nunca se rindieron. 446 hombres enfrentados a dos aguerridas
divisiones enemigas de más de 12 mil soldados.
Querejazu anota que Alberto Saavedra Peláez en su libro "Memorias de un soldado"
registra así el desenlace: "Esa noche 28 de septiembre, todavía hicimos
algunos disparos para demostrar al enemigo que seguíamos pero al amanecer llegó
a las trincheras la orden de no disparar más. Se calaron las bayonetas en los
fusiles. Supimos que en el sector donde salieron el capitán Salinas y el
Suboficial Ávila, se levantaron algunos trapos blancos significando que se
deseaba una tregua para la entrevista. Súbitamente nos vimos invadidos por
soldados paraguayos, antes que pudiéramos intentar alguna reacción".
Otro testimonio citado por Querejazu es del Tte. Cnel. Daniel Sosa: "El
informe era el mismo. No hay más munición. Marzana dijo a sus oficiales, hemos
cumplido con creces nuestro deber. No puedo permitir la masacre de los bravos
soldados que nos han acompañado. Es necesario hablar con el jefe paraguayo para
que nos permita retirarnos a la retaguardia con nuestros heridos. Los heridos
eran más de cien. Según la descripción de un paraguayo describe con estas
palabras: eran una masa pululante de cuerpos lacerados en lúgubre promiscuidad
con cadáveres putrefactos cubiertos a medias con mantas desgarradas y
embadurnadas de sangre y excrementos pestíferos".
Clemente Inofuentes: "La bandera boliviana flameó antes de la guerra en los
fortines Jayucubas y Bolívar, me fue entregada por el capitán Víctor Ustárez a
fines de agosto de 1931. Esta bandera me acompañó todo el tiempo que fui
comandante de los fortines Platanillos, Yucra y Ramirez y todos los domingos era
izada con los honores correspondientes. Cuando cayó Boquerón la oculté en mis
botas envolviendo mis piernas, Durante el cautiverio algunos oficiales me
colaboraron a guardarla escondida. En la repatriación la puse como entretela de
mi blusa y así retorné a la patria".
El parlamentario Antonio Salinas, entrevistado por Querejazu, aseguró que salió
con una bandera blanca para solicitar la entrevista y avanzó hacia las líneas
paraguayas. Un oficial salió a recibirlo. Por tanto fue un desenlace honorable y
humanitario. Jamás una rendición.
* Miembro de la Sociedad Boliviana de Historia de la Medicina. Ha sido senador
de la República.