LA GUERRA DEL CHACO: La guerra más inútil de América |
JOSÉ ANDRÉS ROJO
Bolivia y Paraguay mantuvieron
entre 1932 y 1935 una sangrienta guerra por la zona del Chaco boreal, un
territorio inhóspito y boscoso. Algunos especialistas apuntaron que el
conflicto, en el que 100.000 personas perdieron la vida, fue alentado por
grandes multinacionales petroleras. Otros sostienen que esa tesis la inventaron
durante la posguerra nacionalistas bolivianos para aliviar el pesimismo de los
ex combatientes. No hubo vencedores ni vencidos, pero Paraguay conservó la mayor
parte del terreno disputado.
Cuando se habla con los políticos que andan peleando ahora en Santa Cruz por la
autonomía del departamento, el nombre de Germán Busch es de los que se
citan con más frecuencia. En mayo de 1936, al frente de una brigada de
caballería, ese militar se presentó en el Palacio de Gobierno y pidió y obtuvo
la dimisión del entonces presidente, Luis Tejada Sorzano. Y le entregó el poder
al coronel David Toro, el verdadero instigador del golpe. Catorce meses después,
Busch lo llamó al balneario donde pasaba sus vacaciones y de un plumazo le quitó
el Gobierno.
En Camiri y Villamontes hay dos museos que recuerdan este conflicto olvidado
La llegada de los paraguayos a Villamontes era una amenaza para los campos de
petróleo
En Boquerón, menos de 500 bolivianos resistieron el ataque de más de 9.000
enemigos
Busch era camba (nació en San Javier, en la provincia cruceña de Ñuflo Chávez) y
durante su paso por el poder aprobó en julio de 1938 una ley que establecía que
los beneficios del petróleo se repartieran por igual entre los nueve
departamentos de Bolivia. Se la conoció como "la ley del 11%" y la lucha porque
fuera la propia Santa Cruz la que administrara su porcentaje es el remoto
precedente de las reivindicaciones autonómicas por las que se pelea ahora. Busch
fue uno de los mayores héroes de la guerra del Chaco. Un hombre valiente que
estuvo al frente de muchas de las acciones de mayor audacia.
La guerra del Chaco fue el conflicto más importante que enfrentó a dos países
americanos durante el siglo XX. El más sangriento y el más inútil. Durante tres
años menos un día (desde el 15 de junio de 1932 hasta el 14 de junio de 1935)
pelearon en un territorio inhóspito y boscoso, bajo temperaturas de solemnidad y
con una angustiosa carencia de agua las tropas de dos países vecinos. Paraguay
movilizó a 150.000 hombres, de los que 40.000 murieron. Los muertos de Bolivia
fueron 50.000 y fueron 200.000 soldados los que trasladó a ese infierno.
Cuando va a celebrarse el bicentenario de las independencias de los países
hispanoamericanos, la guerra del Chaco tiene tintes de mueca grotesca en ese
proceso. Un siglo después de liberarse del yugo español, todavía no estaban
claras las fronteras entre Bolivia y Paraguay. Y para definirlas, sus
gobernantes provocaron una carnicería por unos territorios en los que no había
sino puro vacío y calor. Y unos cuantos fortines desperdigados.
En la novela La casa y el viento del escritor argentino Héctor Tizón hay un
instante en que irrumpe la guerra del Chaco con toda su carga de sufrimientos.
Ocurre cuando el narrador recuerda en una estación del norte de Argentina que
hace años vio "los convoyes con tropas bolivianas repatriadas durante la guerra
del Chaco". Anota: "Rostros macilentos, indígenas uniformados como agónicas
comparsas, mirando a través de los cristales de los mismos vagones el regreso
desde una pesadilla de estruendos y de muerte".
Y así como muchas de las historias de Juan Benet han sido las que supieron
agarrar la médula de la Guerra civil que se libró en España, estos rostros
macilentos que recuerda Tizón apuntan al carácter trágico de un conflicto que
tuvo lugar unos años antes y donde emergieron en toda su desnudez las pasiones y
los claroscuros de la condición humana.
No es tan difícil hoy llegar al Chaco. Gracias a las explotaciones de petróleo y
gas que hay en la zona, existe una buena carretera de Santa Cruz a Camiri. Y
desde allí no cuesta nada acercarse a Villamontes, la ciudad que fue asediada
por los paraguayos al final de la guerra y cuya conquista les hubiera abierto el
camino para progresar hacia las zonas verdaderamente ricas de Bolivia. En ambos
lugares, Camiri y Villamontes, hay sendos museos que recuerdan ese conflicto que
muchos han olvidado ya.
"Fue una guerra entre dos países que no se conocían, que no se conocieron
entonces y que siguen pendientes de conocerse", dice Carlos Mesa, periodista,
historiador y ex presidente de Bolivia. "Pero estamos demasiado lejos ya de todo
aquello. La gente se acuerda de la guerra del Pacífico, que sigue ahí como una
herida porque Bolivia perdió la salida al mar. De la del Chaco sólo nos
acordamos como una confirmación de la incompetencia de nuestros gobernantes".
El Museo del Chaco en Camiri está de reformas. Para conseguir que lo abriesen
para una breve visita fue necesario cruzar varias veces la calle que separa el
Casino Militar de las instalaciones de la Cuarta División del ejército boliviano
para encontrar al responsable. Hay un montón de fotos en las paredes del casino,
pero no son del Chaco como me habían dicho, sino de la aventura del Che Guevara
en Ñancahuazu. Están colgados los dibujos que hizo de sus compañeros el
guerrillero Ciro Bustos e imágenes de la captura de Regis Debray y de alguna
visita del presidente Barrientos a la zona.
"En unos cuantos días los británicos transportaron a sus mejores fuerzas para
pelear con los argentinos en las Malvinas", comenta el teniente coronel Torres
ya en el museo, refiriéndose a otro de los conflictos que tuvieron lugar el
siglo pasado en Hispanoamérica. "En la guerra del Chaco, los bolivianos tardaban
meses en trasladar a sus tropas al frente. Había que abrir con machetes camino
para que pasaran los camiones y la artillería".
Hay pocas cosas en el museo. Algunos proyectiles abollados, uniformes, banderas
y las fotos y sus explicaciones. "Sólo quedan en Camiri cuatro ex combatientes",
dice Torres. "Tres no se enteran de nada y el cuarto está sordo como una
tapia".Efectivamente, Mariano Becerro no escucha casi nada, tiene unos pocos
cabellos blancos y sólo le quedan unos cuantos dientes, así que entenderlo es
también una proeza. "¿El Chaco? Pero qué voy a poder decirle si ahora ni
siquiera soy capaz de mirar a la acera de enfrente. Sólo veo neblinas, y así me
ocurre con aquella guerra".
A comienzos de los años treinta sólo había unos cuantos fortines en el llamado
Chaco boreal, una zona olvidada de la mano de Dios. En 1928, los paraguayos
tomaron el fortín Vanguardia (y los bolivianos, para desquitarse, el Boquerón) y
se avivó la vieja polémica de las fronteras. Daniel Salamanca era en Bolivia el
líder de la oposición, un hombre menudo y flaco, de rostro afilado, que vestía
siempre de oscuro y del que decían que jamás se le escuchó una carcajada. En un
mitin dijo entonces: "Bolivia tiene una historia de desastres internacionales
que debemos contrarrestar con una guerra victoriosa, para que el carácter
boliviano no se haga de día en día más pesimista", y propuso un conflicto con
Paraguay para consolidar su hegemonía en la zona disputada.
En 1931, Salamanca fue elegido presidente por una mayoría abrumadora y tuvo que
rebajar su tono belicista, pero recomendó que se instalaran en el Chaco más
fortines para protegerse de un eventual ataque paraguayo. Un avión que exploraba
entonces el terreno descubrió una laguna en pleno desierto y hacia allí se
dirigió un destacamento, pero los paraguayos habían llegado antes. Eran pocos,
así que los bolivianos decidieron, desobedeciendo las advertencias del
presidente (que ordenó evitar cualquier encontronazo), tomar el fortín Carlos
Antonio López. La guerra había comenzado.
Entre los paraguayos, hubo durante el conflicto una gran complicidad entre el
presidente Ayala y Estigarribia, el militar que dirigió las operaciones. En el
bando boliviano, Salamanca no se entendió nunca con los distintos jefes que
mandaron en el Chaco y a todos los despreció. Los paraguayos tenían la ventaja
de estar cerca del frente y de estar familiarizados con su clima. La mayor parte
de las tropas bolivianas tuvieron que llevarse desde las alturas de los Andes:
ese cambio era muchas veces más letal que los ataques de los combatientes
enemigos.
Fue una guerra excesiva en un paisaje excesivo (polvo, espinos, alimañas,
huracanes de arena, violentos cambios de temperatura con un calor agobiante como
nota esencial, sin agua y sin sombra). Hubo resistencias heroicas: en Boquerón,
durante casi 20 días, menos de 500 combatientes bolivianos aguantaron la
ofensiva de más de 9.000 enemigos. Ataques descabellados, como la segunda
intentona sobre Nanawa, donde las bajas bolivianas se calcularon en 2.000
mientras sólo morían 159 paraguayos. Y lágrimas: cuando el presidente Salamanca
informó en agosto de 1933 de los reveses bolivianos, rompió a llorar en el
Parlamento.
Cerca de Villamontes ya es posible imaginar las condiciones de aquella guerra. A
los costados de la carretera, la tupida vegetación de bosque bajo tiene la
consistencia de una muralla infranqueable de ramas de espinos. Los soldados
bolivianos, llegados del frío de los Andes al calor del Chaco, abrían camino a
los camiones con machetes. El historiador boliviano Roberto Querejazu Calvo ha
escrito en Masamaclay la gran crónica de esa terrible guerra, en la que tuvo que
combatir. "Durante dos meses y medio nos hicieron recorrer a pie, en pleno
invierno, más de cien leguas", cuenta del traslado de su regimiento de Sucre a
Tarija. Tras tener que pasar "por la gélida altiplanicie andina", explica que
fueron embarcados "como leños en varios camiones" y "metidos al horno del Chaco
en un frenético viaje de cuatro días". Pocas horas después avanzaban disparando
entre los árboles obedeciendo al grito de "¡Al asalto, viva Bolivia!",
El Museo de la Guerra del Chaco de Villamontes, en su modestia, está mucho más
trabajado que el de Camiri. En el jardín de la casa que lo acoge han cavado unas
trincheras y hay camiones y cañones, aparatos de transmisión, uniformes,
proyectiles, diarios de combatientes, dibujos, fotografías y, entre otras cosas,
maquetas de las batallas más importantes. "Honor y gloria en el horizonte sin
fin del infinito", se lee en la de uno de los informes de campaña.
"Fue en esa casa donde derrocaron a Salamanca", comenta un taxista a las puertas
del museo. Las iniciativas iniciales en la guerra fueron bolivianas, pero cuando
avanzaron demasiado, y ya no era fácil la comunicación con sus fuentes de
abastecimiento, los paraguayos empezaron a recuperarse y llegaron a acercarse a
Villamontes, con lo que peligraban los pozos de petróleo. El nerviosismo entre
los mandos bolivianos era notable. Así que Salamanca decidió cambiar al jefe del
Estado Mayor que dirigía las operaciones, se acercó a la zona y dio la Orden
General del 26 de noviembre de 1934.
No llegó a cumplirse. "Mi general, usted y el señor presidente quedan
apresados". Las palabras fueron del mayor Germán Busch mientras apuntaba a José
L. Lanza, el militar que iba a hacerse cargo de dirigir la guerra. Los rebeldes
convencieron después a Salamanca para que firmara una renuncia, así el golpe no
tendría demasiada mala prensa en un momento tan delicado. La presidencia se la
entregaron a Luis Tejada Sorzano, el entonces vicepresidente.
Siguieron las batallas, siguieron muriendo los combatientes en las peores
condiciones. Querejazu recoge el testimonio del director general de la Sanidad
paraguaya que llegó al Chaco justo después de que las tropas bolivianas se
rindieran en una refriega por no aguantar ni el calor ni la sed. "Todos tenían
el semblante desencajado, la mirada ausente, las pupilas dilatadas, los ojos
hundidos, los labios resecos y agrietados. La gran mayoría sufría de
alucinaciones. Algunos se desnudaban, cavaban con las manos hoyos profundos,
otros gateaban yendo de un lugar a otro. Reñían por tomar el orín de algunos que
orinaban".
Gracias a una contraofensiva boliviana, la amenaza sobre los pozos quedó
conjurada. En junio de 1935 llegó la paz (la diplomacia no cesó a lo largo del
conflicto y en ella los argentinos, que apoyaron a Paraguay, tuvieron un
destacadísimo papel). Era el final de una guerra absurda e inútil. Se contó que
la habían provocado las compañías de petróleo (la Standard Oil, por el lado
boliviano; la Dutch Shell, por el paraguayo). La historiadora María Luisa Soux
considera que esa versión la inventaron los nacionalistas bolivianos en la
posguerra para: "a) evitar el pesimismo de los ex combatientes: su lucha no
había sido vana porque habían logrado defender el petróleo; b) limpiar su propia
imagen: que hubiera detrás 'fuerzas ocultas imperialistas' les permitía evadir
sus responsabilidades; y c) generar un discurso nacionalista con posibilidades
de triunfo: la presencia de las transnacionales justificó acciones, como la
nacionalización de la Standard Oil, y teorías, como la de 'la lucha de la nación
contra la antinación' (Montenegro) que llevó finalmente al poder al MNR
(Movimiento Nacionalista Revolucionario) en 1952".
"La lucha fue por un territorio que se sabía que geológicamente no era
petrolero", comenta Soux. Una guerra inútil y estúpida por 41.500 kilómetros
cuadrados de nada, pues fue esa faja de territorio entre los ríos Pilcomayo y
Paraguay la que al final fue sometida al arbitraje de los presidentes de
Argentina, Brasil, Chile, Estados Unidos, Perú y Uruguay. Puro desierto, y los
bosques de espino y el calor abrasador.