Boquerón… suprema expresión de heroísmo y valor del soldado boliviano |
JULIO ALVAREZ MERCADO
Del 9 al 29 de septiembre de
1932, Bolivia vivió una de las sangrientas y épicas batallas de la guerra del
Chaco. Septiembre de 2019 rememora 87 años de la batalla por el fortín Boquerón.
Boquerón es una isla de monte rodeada de pajonales, en la que se había abierto
una plazoleta que contenía galpones de adobe (construidos por las fuerzas
bolivianas de ocupación en 1928), tres o cuatro chozas de espartillo, un pozo de
agua y un tajamar para abrevadero de animales, estaba elegida por el destino
para servir de escenario a una de las gestas más heroicas de la historia de
Bolivia. (Masamaclay. Cap. V. Querejazu Calvo).
Boquerón fue una muestra del valor boliviano, donde entre el 9 y 29 de
septiembre de 1932 surgió una estirpe de héroes bolivianos. Allí resaltó la
figura del capitán cochabambino Víctor “Charata” Ustarez; astuto, valiente y
temerario guerrero, quien regó con su sangre la tierra de aquel fortín; en el
intento y deseo de apoyar a sus hermanos asediados. Con él estaban un
quinceañero, Vicente Camargo, que logró salir de Boquerón. Entre los defensores
se hallaba el sargento orureño Antonio Arzabe, denodado enfermero; el
subteniente paceño Alberto Taborga quien dijo: “En Boquerón me sentí más
boliviano que nunca”, ya que reconoce en cada uno de sus soldados a la patria
amada. Es allí, en medio de aquella dura batalla donde habita Bolivia, en el
rostro de todo boliviano.
Allí estaba Bolivia, entre sus hijos que combatían; estaba la voz de “Los
cuatro juramentados”: los subtenientes Tomás Manchego, Melquiades Cossío,
Rosendo Villa y Luis Reynolds, que juraron sobre la cruz de sus espadas, volver
victoriosos o morir en el Chaco. Los cuatro cayeron con honor en Boquerón. Allí
estaba Bolivia junto con ellos y con sus soldados: Escobar, nacido en Totora
(Cochabamba) y Ayaviri, hijo de Pacajes (La Paz). Se hallaba entre los mensajes
llevados por el estafeta Pablo Sullcamayta, natural de Guaqui y entre las
correrías del soldado chiquitano Chipanari, también estaba aquel joven migrante
Pedro “el roto” Vargas quien llegó desde Chuquicamata (Chile). Existe en la
camaradería de los quillacolleños Joaquín Reinaga y Samuel Rocha. La patria
residía también en el grito del dragoneante corocoreño Pedro Chura: “¡pelas
cojoros!, a ver ¡avánzate si eres hombre!”. Bolivia vivió en la
agilidad del cabo Francisco Cuchallu, natural de Huanuni, estaba en la bravura
del andino Pedro Collorana, en el cantar de los chapacos Modesto Soruco y Cesar
Garzòn, en el coraje del beniano Ruperto Mandioporè, en el arrojo del acreano
Sabino Yacuara, en el sufrimiento del apololeño Antolín Mazurco y del sucrense
Juan Melcon, que fallecieron en la épica defensa.
Bolivia vivió hace 84 años con y entre ellos, no había regionalismos, no había
rencores, no había diferencia alguna, eran los elegidos de la gloria, todos eran
bolivianos.
1932. Boquerón … escenario de los héroes
Los defensores bolivianos sumaban 448 provistos de 350 fusiles, 40
ametralladoras, 3 cañones y dos antiaéreos, al mando del
Tcnl. Manuel Marzana. El comandante paraguayo José Estigarribia colocó alrededor
de Boquerón una fuerza de entre 9.000 y 11.500 efectivos. En Boquerón se
incendió el Chaco.
La Batalla de Boquerón se efectuó entre el 9 al 29 de septiembre de 1932, entre
Bolivia y Paraguay en el inicio de la Guerra del Chaco, conflagración bélica que
enfrentó a ambos países entre 1932 y 1935 por el control del Chaco Boreal, o
Gran Chaco. El valor estratégico de esta zona era el acceso al río Paraguay y en
consecuencia, también a la salida de Bolivia hacia el Océano Atlántico.
Cabe mencionar que para Bolivia, que había perdido la salida al Océano Pacífico
durante la Guerra del Pacífico en 1879, con Chile, esta lucha constituía una
cuestión de vital importancia.
En Boquerón, el ejército de Bolivia escribió una de las páginas más brillantes
de su historia, dando muestras de un heroísmo admirable. Tras la muerte del Tcnl.
Luis Emilio Aguirre asumió el mando de la guarnición de Boquerón el Tcnl. Manuel
Marzana, entre agosto y septiembre de 1932. El gobierno paraguayo decidió la
retoma de los tres fortines como cuestión de honor nacional.
La ofensiva paraguaya comenzó el 9 de septiembre. Bolivia planteó la defensa en
el mismo tenor, no se debía ceder el fortín bajo ningún concepto. Ambos países
pensaron que este episodio definiría el carácter de la guerra e influiría sobre
la moral nacional. Los defensores bolivianos sumaban 448 provistos de 350
fusiles, 40 ametralladoras, 3 cañones y dos antiaéreos. El comandante paraguayo
José Estigarribia colocó alrededor de Boquerón una fuerza de entre 9.000 y
11.500 efectivos de acuerdo a fuentes paraguayas. El jefe paraguayo pensó que
esa relación de más de 10 a 1 le permitiría un triunfo fácil y rápido. No fue
así. Marzana y sus hombres resistieron por 20 días. En la primera jornada los
paraguayos se acercaron hasta menos de 50 metros de las trincheras pero fueron
repelidos con fuego nutrido.
Los batallones bolivianos que salieron a socorrer Boquerón no pudieron llegar a
su objetivo, todas las vías estaban cortadas por el enemigo, pero los paraguayos
retrocedieron desanimados ante la magnífica defensa, permitiendo el ingreso de
un regimiento boliviano al mando de Tomás Manchego. Tres días tardó el ejército
paraguayo en rodear completamente el fortín. Marzana había agotado las
municiones de los cañones y pidió ahorrar balas y disparar sólo con blanco
seguro.
Oficiales bolivianos tomados
prisioneros en Boquerón: Tte. Núñez del Prado, Tte. José Dávila, Tte. Clemente
Inofuentes y Tte. Renato Sainz. 1932
El capitán Víctor Ustariz rompió heroicamente el cerco y entró a Boquerón con 58
hombres, reforzando y subiendo la moral del contingente de defensores. Una nueva
incursión de Ustarez fuera del fortín para conseguir más refuerzos le costó la
vida al héroe. Los ataques en oleadas sobre el fortín agotaron la defensa. Los
víveres se terminaron, el único pozo de agua accesible era atacado por un nido
de ametralladoras paraguayo, acercarse era muerte segura, un par de cadáveres de
soldados bolivianos flotaba en el pozo.
Trincheras del fortín Boquerón
Los pertrechos que lanzaba la aviación boliviana caían casi siempre fuera de las
trincheras. La aviación boliviana tuvo un destacado papel en toda la guerra. Fue
superior a la paraguaya, contaba con un equipo moderno de aviones Curtiss que
dominaron el espacio aereo del Chaco. Los soldados bolivianos eran casi
espectros, pero no se rendían. El alto mando pedía lo imposible, resistir quince
días más hasta la llegada de refuerzos.
El fin … la caída de Boquerón y la honrosa capitulación
No había fuerzas ni para enterrar a los compañeros caídos. El 29 de septiembre
no había balas sino para un combate de diez minutos, se habían disparado los
últimos cartuchos. Los soldados desesperados empezaron a beber sus propios
orines. Marzana decidió pedir una tregua para una capitulación honrosa. Se
levantaron lienzos blancos, los paraguayos que estaban a escasos metros de las
trincheras creyeron que era rendición y se abalanzaron y tomaron el fortín.
Infantes paraguayos en el cerco a
Boquerón
En silencioso homenaje, el mando paraguayo vio salir a los héroes que quedaban
vivos en harapos, casi sin poder caminar. Centenares de muertos y moribundos
yacían en el Fortín. Estigarribia creyó siempre enfrentar a por lo menos 1.500
bolivianos; en el mejor momento no habían llegado a 700. Sobrevivieron menos de
450. El Presidente paraguayo dijo «los bolivianos pelearon con tal bravura y
coraje…que merecen nuestro respeto». Marzana dijo al volver de tres años de
prisión en Paraguay: «No hicimos más que cumplir con nuestro deber».
Amaneció el 29 de septiembre en media de la angustiosa expectativa de los
combatientes. La artillería boliviana no se atrevió a actuar por la proximidad
entre atacantes y atacados. El Teniente coronel Estigarribia había ordenado que
sus divisiones se jugasen ese día el todo por el todo. Boquerón tendría que caer
a cualquier costo. Los primeros disparos de los fusiles paraguayos se perdieron
en el hondo silencio con que respondió el frente boliviano. Un soldado cuenta
que en esos momentos sintió “como si manos invisibles y gigantescas se
apretaran a través del campo enmarañado y se estremeció de terror” (JD). Se
levantaron algunos lienzos blancos. El capitán Antonio Salinas del regimiento
Campos y el suboficial Carlos d’Avila del 14 de Infantería, salieron por la
Punta Brava llevando el siguiente mensaje: «El comandante del fortín Boquerón
al comandante de las fuerzas paraguayas en el mismo sector. Señor: el oficial
portador de la presente nota, capitán Antonio Salinas, lleva la misión de
entrevistarse con Ud, en representación mía – Dios guarde a Ud.- Teniente
coronel Marzana».
Estigarribia, en su puesto de mando a 10 kilómetros de primera línea, al recibir
la noticia telefónica de que se veían trapos blancos en las trincheras
bolivianas, no pudo ocultar su satisfacción y exclamo “Creo que vamos a
ahorrar muchas vidas paraguayas». Poco después eran conducidos a su lado,
por el mayor Rafael Franco, el capitán Salinas y el oficial Ávila, que le
hicieron entrega de su credencial y le expresaron que tenían la misión de
concertar una entrevista con su jefe. «Digan a su comandante – les contesto
Estigarribia – que lo espero en este mismo lugar, esta mañana, a la brevedad
posible». Mientras Salinas y d’Avila regresaban, el teléfono transmitió otras
novedades, las fuerzas paraguayas habían invadido el fortín y estaban tomando
prisioneros a sus defensores.
¡Qué había ocurrido? Al no
recibir fuego y viendo los lienzos blancos en la Punta Brava, el teniente
paraguayo Manual Islas creyó que se trataba de una rendición y se lanzó a la
carrera hacia el fortín, seguido por su compañía del Regimiento Curupaity, con
la intención de cosechar el lauro de tomar prisionero al Teniente Coronel
Marzana. Al escuchar el clásico grito de triunfo paraguayo «¡Piiiipuuuu!»,
lanzado por estas tropas, los hombres de las demás unidades también se
precipitaron hacia la misma meta desde todos los costados.
Soldado herido en el Fortín.
Los oficiales y soldados bolivianos, que tenían orden de no combatir hasta que
volviesen sus parlamentarios, se incorporaron temerosos en sus posiciones al ver
esta avalancha que se les venía encima. En pocos minutos se vieron rodeados de
sus enemigos que los observaban y hablaban con curiosidad. El teniente coronel
Marzana fue hecho prisionero por los tenientes paraguayos Islas y Valdovinos.
El Teniente Coronel José Carlos Fernández, comandante de la Primera División
paraguaya, ordeno que se hiciese formar a las fuerzas bolivianas en la plazoleta
del fortín. Sus oficiales obedecieron, pero extrañados de la escasez del
efectivo boliviano, preguntaron una y otra vez: «Donde están los demás». No
podían creer que toda la guarnición del fortín eran esos pocos espectros
encorvados y famélicos. «La entrada victoriosa de nuestras tropas en el
histórico Boquerón – ha comentado el entonces mayor Antonio E. González
fue empañada por la vista de la espantosa tragedia que envolvía a los
defensores: 20 oficiales y 446 soldados en el último extremo de la miseria
humana.
Por todas partes armamento, equipo, cadáveres y escombros. En un galpón oscuro,
cubiertos de harapos, mugre, sangre, estiércol y gusanos, se revolcaban más de
100 moribundos sin curación, sin vendas y sin agua, añade Heriberto Florentin,
otro oficial paraguayo; “Era una masa pululante de cuerpos lacerados en
lúgubre promiscuidad con cadáveres putrefactos cubiertos a medias por mantas
desgarradas y embadurnadas de sangre y excrementos pestíferos». Este mismo
oficial, refiriéndose a otros puntos del reducto dice: «En el campo que pega
contra el camino a Valencia, el sector más castigado de la ofensiva paraguaya,
yacían dispersos numerosos cadáveres insepultos, algunos de ellos, hinchados
descomunalmente, terminaban por explotar estrepitosamente y por lo gene¬ral en
altas horas de la noche, como si quisiesen ocultar de la luz del sol el
siniestro desparramo de su podrida entraña. En cambio otros achicharrados por el
calor solar; iban reduciéndose a la mínima expresión de cuerpos mortificados».
El mayor Arturo Bray, que habla exigido como comandante del regimiento Boquerón
que se le entregase al teniente coronel Marzana, para ser el quien lo condujera
a retaguardia, anuncio a las 07:40 en el puesto de mando de Estigarribia: «Presento
al teniente coronel Marzana». El teniente coronel Estigarribia se puso de
pie y extendió la mano a su adversario. El auditor de guerra del ejercito
paraguayo, doctor Horacio Fernández, ha descrito el encuentro con estas
palabras: «El reducido número de oficiales presentes estaba en profundo
silencio. Nadie se movía. La respiración contenida de todos, la presencia del
jefe de las fuerzas bolivianas, la evocación de todo el drama sangriento. . . el
final imprevisto de la carnicería humana que tantos horrores nos había hecho
sentir, los disparos que aun a lo lejos se escuchaban, todo ello llenaba el
ambiente de una solemnidad y una angustia infinita… El teniente coronel Marzana
con traje kaki, botas de charol usadas, gorra y portapliegos, permanece de pie,
mesa de por medio, frente al teniente coronel Estigarribia. La barba crecida, la
expresión agradable, un ligerisimo temblor agitaba su labio inferior, su pierna
izquierda ligerarnente recogida se movía denotando la lucha gigantesca de sus
nervios en tensión. Su voz era firme. . .».
El dialogo fue breve. Todo estaba consumado. Marzana pidió garantías para
su gente y Estigarribia le aseguro que las tenía, además de atención médica
inmediata para los heridos.