UN TRÍO DE RIQUEZAS Y
APETITOS POLÍTICOS |
Dr. Antonio Dubravcic Luksic
El guano, los minerales y el salitre fueron las tres causas
económicas de la guerra. La alianza de Bolivia y Perú, las ansias de poder de
algunos militares bolivianos y los intereses británicos fueron los aspectos
políticos que llevaron a Bolivia y a Chile a las armas.
Los famosos 10 centavos de impuesto que Bolivia intentó cobrar a
cada quintal de salitre explotado por una compañía británico-chilena detonaron
la guerra del Pacífico. Esa historia, es cierta, pero estuvo precedida y rodeada
de intereses políticos y económicos que involucraron al menos a media docena de
países, entre ellos, por supuesto, a Bolivia y a Chile.
La codicia chilena y británica por el guano, los minerales y el salitre son las
tres razones económicas de la guerra. El temor mapocho por la alianza
peruano-boliviana, las ansias de políticos y de algunos militares bolivianos por
tomar el poder, son los motivos principales de la contienda.
Chile, según el relato de Roberto Querejazu , Chile enemigo de
Bolivia antes, durante y después de la guerra del Pacífico, fue el más pobre
entre las colonias españolas. Y así nació a la vida republicana. Esa pequeñez se
acentuó cuando Andrés de Santa Cruz, en 1836, dio vida a la Confederación
Perú-boliviana, a la que Chile se ocupó de combatir hasta hacerla desaparecer en
la batalla de Yungay. Esa victoria militar luego se convertiría en una guerra
diplomática de Chile en contra de la unión de Perú y Bolivia, muchas veces
intentada y nunca realizada.
Mientras la política hacía y deshacía en el triángulo conformado entre Bolivia,
Perú y Chile, tres especies de aves -guanay, piquero y pelícano- defecaban
en la costa del Pacífico boliviano y peruano. Ese guano, un poderoso
fertilizante, formaba verdaderos promontorios de hasta 30 metros de alto. Chile
no tardó en poner los ojos en esa riqueza natural por la facilidad con que se
convertía en dinero en el mercado externo.
En 1863, fuerzas navales chilenas tomaron posesión de Mejillones para
consolidar la propiedad que señalaba su ley. Como consecuencia, el 5 de junio de
1863, el Congreso boliviano, reunido en Oruro, autorizó al Poder Ejecutivo a
declarar la guerra a Chile si es que no se conseguía desalojar a los usurpadores
por la vía de la negociación diplomática.
El mismo Congreso aprobó dos disposiciones secretas, una para buscar un acuerdo
con Perú, a cambio del guano de Mejillones; y otra para celebrar pactos con
potencias amigas.
Perú vaciló en su apoyo a Bolivia y Gran Bretaña, donde acudió Bolivia a
conseguir un préstamo, dio mucho menos dinero del que el país esperaba. Lo único
que quedaba era buscar un acuerdo pacífico con Chile.
Así estaban las cosas cuando España, dolida por la pérdida de sus colonias,
declaró la guerra a Perú y a Chile. Para Chile, entonces, el apoyo de Bolivia
hubiera sido crucial porque las fuerzas ibéricas se aprovisionaban en el puerto
boliviano de Cobija, lo que dejaba en mala posición a Chile.
Sin embargo, los cambios en la política interna boliviana hicieron virar la
historia. Mariano Melgarejo -que se hizo del poder al derrocar a José María
Achá- envió tropas en apoyo a Chile y derogó la ley declaratoria de guerra. Los
españoles tuvieron que marcharse y Melgarejo, con una inmejorable oportunidad
para definir, de una vez y por todas, los límites con Chile, no supo aprovechar
la ocasión presentada. Recibió de Chile un título de general de su Ejército y
una propuesta para declararle la guerra a Perú con la finalidad de arrebatarle
Tarapacá, Tacna y Arica. Los dos últimos territorios quedarían para Bolivia.
Agustín Morales, el sucesor de Melgarejo, intentó una negociación para
recuperar lo perdido. No lo logró. Chile, por un lado negociaba y, por otro,
ayudaba al general boliviano Quintín Quevedo, en su afán de derrocar a Morales.
Con la ayuda chilena, desembarcó en Antofagasta para iniciar una revolución que
lo llevaría al poder. No pudo avanzar y tuvo que refugiarse en un blindado
chileno. Tras el incidente, se sucedieron cartas de protesta, de amenaza entre
Chile y Bolivia.
Morales, que había recibido apoyo de Perú para derrocar a Melgarejo, hizo una
alianza de defensa con Perú, que esta vez sí aceptó la unión por el temor de que
Bolivia se uniera a Chile en su contra.
Si bien Perú y Bolivia firmaron un pacto, no hicieron nada para armarse.
Incluso, el Congreso boliviano rechazó el pedido del Ejecutivo de adquirir dos
buques blindados para la defensa de las costas. De hecho, la guerra de 1879
halló a Bolivia desprovista.
Las riquezas de la discordia habían sido el guano y los minerales, pero llegó
el salitre -otro fertilizante de alto poder- para completar el trío de las
riquezas más codiciadas de la época. Una febril actividad de marca inglesa se
instaló en el desierto en torno al salitre. La compañía británico-chilena de
salitres y ferrocarril Antofagasta se convirtió en ama y señora de la región.
Los intereses empresariales británicos se mezclaron con los intereses políticos
chilenos. Tanto, que los intereses británicos empujaban a los chilenos a
apropiarse de Antofagasta y de los territorios adyacentes. Esa explosiva
combinación de política criolla y empresa europea desembocaron en la Guerra del
Pacífico en el año 1879.
Era mayo de 1877, cuando todavía las bolivianas Antofagasta, Cobija, Mejillones
y Tocopilla fueron abatidas por un terremoto. Casi un año después y luego de
comprobar la magnitud del desastre -en febrero de 1878-, el Congreso boliviano
aprobó una ley por la que se establecía que la compañía de salitre debería pagar
10 centavos por cada quintal explotado, dinero que sería destinado a la
recuperación de la zona afectada por el sismo.
Otro incidente, también relacionado con los impuestos, tensionó aún más las
relaciones. La Junta Municipal de Antofagasta determinó que los propietarios de
inmuebles -entre los que se encontraba la salitrera – deberían pagar un impuesto
por el alumbrado público. El gerente de la empresa, Jorge Hicks, se negó a
hacerlo alegando la violación del tratado de límites. La Junta Municipal dispuso
su apresamiento. Hicks, en principio, se había refugiado en el consulado
chileno, pero finalmente terminó honrando la deuda. Sin embargo, el
resentimiento lo indujo a pedir ayuda militar chilena, la que llegó pronta y
reforzada con tres buques blindados a Antofagasta.
El 14 de febrero de 1879, los habitantes de Antofagasta vieron en el horizonte el humo del blindado de Cochrane y la corbeta O´Higgins que se sumaban al blindado Blanco Encalada que partió días antes.
Bolivia carecía de efectivos, por lo que tras el desembarco de las tropas chilenas, aproximadamente 200 soldados, tomaron la plaza en un paseo, los chilenos obligaron a los funcionarios bolivianos y los pocos guardias armados a abandonar la ciudad. De los 6.000 habitantes de Antofagasta, 5.000 eran chilenos y solo 600 bolivianos, el resto de diversas nacionalidades, según relata el historiador Carlos Mesa.
La invasión inició unilateralmente el conflicto bélico. Al no existir líneas telegráficas en el territorio boliviano, la noticia llegó al país por la vía de Tacna. El cónsul boliviano Manuel Garnier escribió una carta al presidente Hilarión Daza y la envió con el chasqui Gregorio Colque (Goyo) que hizo el máximo esfuerzo y cubrió la distancia a La Paz en cinco días. El 25 le entregó la misiva a Hilarión Daza. El 26 el Gobierno hizo una proclama a la nación, comunicando la agresión y estableciendo los aprestos para la defensa.
El ataque llegó en un pésimo momento para Bolivia, una sequía en 1878, origino desabastecimiento en los mercados, hambruna, peste y gran mortalidad. Bolivia, fue privada de una salida soberana al Pacífico.
Han transcurrido ciento treinta y cuatro años de la pérdida de nuestro litoral, ciento treinta y cuatro años del Litoral cautivo, provoca en la conciencia de todo boliviano no una actitud fatalista de resignación sino la que corresponde a los valerosos sostenedores de un ideal, un Si que nos mueve a desconocer ese enclaustramiento que no lo merecemos.
La voz poética de Oscar Cerruto en uno de sus versos “Cantares”, expresa esa ausencia del mar:
“Mi
patria tiene montañas
no mar.
Olas de trigo y trigales.
no mar.
Espuma azul los pinares,
no mar.
Cielo de esmalte fundido,
no mar.
Y el coro ronco del viento
sin mar”
Jorge Siles Salinas en su último libro editado: “Sí, el mar”, manifiesta que no se puede leer sin estremecimiento ese “no mar”. El poema de Cerruto, cargado de simbolismos, ese “Sin mar” del último verso, constituye un rechazo, como un “sin más” inapelable, esa expresión negativa con que termina bruscamente el poema , constituye un muro que interrumpe bruscamente la secuencia del verso.
El 14 de febrero de 1879,
amaneció el blindado chileno Blanco Encalada, en la costa de Antofagasta. La
guerra, en la que Bolivia perdería el Litoral, había comenzado.
Para terminar este relato, a decir de Querejazu Calvo: “No es necesario
seguir acumulando evidencias, para llegar a la única gran conclusión: Chile le
debe un puerto a Bolivia”
Bibliografía:
Querejazu Calvo R., “Chile enemigo de Bolivia, antes durante y después de la
Guerra del Pacífico” Editorial Los Tiempos, Cochabamba
Pinto J.V. “Chile” Diccionarios Histórico de Bolivia, Director Joseph Barnadas,
T. I; 516; Edit. Túpac Katari Sucre 2002
Roca José L., Historia de Bolivia de H.S. Klein
Nociones de geopolítica y geografía limítrofe de Bolivia.
Querejazu Calvo. R.; “Aclaraciones históricas sobre la Guerra del Pacífico” Ed.
Juventud La Paz Bolivia 1995
Querejazu Calvo R.; “La Guerra del Pacifico” Editorial Juventud La Paz 1994
Aguirre Lavayén J.; “Guano Maldito” Ed. Los amigos del libro 1996
Siles Salinas Jorge “Sí, el Mar” Plural Editores La Paz 2000