Franz Flores Castro
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En su
libro de memorias titulado Vivir para contarla, Gabriel García Márquez
nos relata un episodio de su vida de estudiante: el joven bohemio
aprendiz de escritor, está recién llegado a Bogotá para rendir un examen
de ingreso al colegio y, como el frío y la incertidumbre de esos días
dan para el pesimismo decide irse, junto a los músicos de un buque, a
rondar por cantinas de mala muerte en un barrio llamado “de las
Cruces”, en las afueras de Bogotá. Como este singular grupo se
encontraba sin más dinero ni más riqueza que la de su música, nos dice
García Márquez que ellos se pusieron a cantar “al precio de media
canción por un vaso de chicha , la bebida bárbara de maíz fermentado que
los borrachos exquisitos refinaban con pólvora” (:25 resaltado nuestro).
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Dice Just:
“Mientras tanto en la plaza los gritos de traición, y vivas de la república
acompañaban los insultos al presidente. La plebe amotinada dirigida por un grupo
de criollos entre los que se podían señalar a los Zudañez y Lemoines, Malavía,
Monteagudo, Toro, Miranda, Sivilat, etc, etc.. se iba cada vez excitando más,
gracias al aguardiente que mezclado con pólvora se les iba repartiendo, y al
dinero que recibían de algunos de aquellos dirigentes por dar gritos y vivas a
Fernando VII y mueras al gobierno” (:120-121 resaltado nuestro)
Ya sea un recurso literario (la hipérbole), usada por el escritor colombiano o
una narración histórica ajustada a la “verdad” de las fuentes como es el caso de
Just[1], lo cierto de todo esto es que tanto la chicha como el aguardiente es
una bebida consumida por la plebe, aunque con fines diferentes y, naturalmente,
en tiempos y escenarios distintos, pero que tienen un ingrediente inverosímil:
la pólvora.
En el primer caso, la pólvora refina y mejora el sabor de la bebida y, en el
segundo, sirve como catalizador de las inclinaciones violentas de la cholada
chuquisaqueña. Los bebedores bogotanos la toman de manera voluntaria y
conocedores de las capacidades saborizantes de la pólvora y, en el caso de La
Plata, la bebida esta es mezclada por los líderes de la revolución y ofrecida a
la plebe para hacer más “explosiva” su revuelta lo que, dicho sea de paso,
ciertamente ocurrió, ya que no se puede entender la liberación de Jaime de
Zudañez y el encarcelamiento del odiado Presidente Pizarro en el 25 y 26 de
noviembre respectivamente, sin la imprescindible participación de la plebe que,
como saldo trágico de sus acciones tuvo que enterrar esos días más de treinta
muertos.
Siguiendo a Octavio Paz, en uno de sus ensayos de Corriente alterna, diremos que
en mayo de 1809 hay dos procesos sociales paralelos: revolución y revuelta. La
primera pensada y planificada por la clase media charquina, compuesta por los
oidores y abogados de la Universidad San Francisco Xavier, con ideología,
objetivos y estrategia clara y, donde la frase, ¡viva Fernando VII! sirve como
válido pretexto para el logro de sus ambiciones políticas y, por otra parte, una
revuelta, popular y plebeya, que ve en el presidente Pizarro a un traidor y a un
abusivo y que, en el caos de los sucesos del 25 de mayo, una ocasión para
pisotear y execrar los símbolos de poder que los humilla y posterga. La
revolución nos remite a discusiones en la Academia Carolina, nos hace pensar en
los textos de Voltaire y Rousseau leídos y discutidos por los universitarios de
Charcas, la revuelta, en cambio, nos remite a las alegres cantinas y a los
anónimos pasquines. De los primeros el héroe se llama Jaime de Zudañez y de los
segundos “Quitacapas”. Para los revolucionarios queda la gloria y la eternidad y
para los revoltosos el anonimato y quizá el olvido.
La memoria y la identidad de los pueblos se construyen en base a olvidos,
creaciones y fantasías. Mucho de lo escrito a propósito del 25 de mayo es
también la historia del olvido de la participación popular, y la magnificación
de la participación de la clase media y acomodada en los sucesos. Por ello, el
25 de mayo de 2009, ofrece la insustituible oportunidad para también rendir
homenaje a quienes, bebiendo aguardiente con pólvora, participaron en los hechos
del 25 de mayo de 1809 y a su manera construyeron la república.
[1] Estanislao Just para dar mayor certidumbre a esta afirmaciones, en su nota
64 de su segundo capítulo señala que: “Igualmente testifica una serie de vecinos
que el aguardiente que daban estaba mezclado con pólvora, que según se creía
excitaba más”.